Por lo bueno, por la vida, entonces, justo es celebrar y homenajear a quien ha forjado una vida plena dedicada a la creación, no solo de su arte, entiéndase la generación de música, imágenes o palabras desde la “nada” o lo no existente, sino también por la gestación de una familia que ha tomado para si estas premisas, las del amor por la vida, tanto arte como familia.
No solo la familia natural, la genética, las que heredamos, también la elegida, la de los cercanos, en su caso, la de seguidores, amigos queridos, admiradores y sobre todo, los amantes de su hacer en creación. Sabemos de sus hermosas canciones, de sus versos en melodía, de su sentir por lo sagrado del día a día, porque han calado hasta el más recóndito sentir popular, no solo en Venezuela, su país natal, allende a estas fronteras las notas han viajado para beneplácito de muchos. Popular en su sentido más auténtico, el que alude al ser humano en cualquier circunstancia de vida, sea obrero, campesino, profesor, doctor o ama de casa. Su música no sabe de fronteras sociales ni pruritos culturales, aun Enrique siendo un profesional de formación académica. Pues, de hecho y educación, consciente es de ello.
Así esposa, hijos, nietos, seres queridos se aglutinan en torno a una celebración de edad del tiempo, sin dudas un real feliz cumpleaños. Ocho décadas, para escuchar su voz en canto, sus imágenes en pinturas, sus palabras en poesía… Entonces hablamos de un Ser ejemplar, de un Maestro, de un Artista, siempre en mayúsculas, porque así ha sido su vida y obra… Gracias, querido Enrique, gracias por siempre.